lunes, 13 de julio de 2009

REALISMO PEDAGOGICO

La expresión realismo pedagógico se emplea en dos acepciones diferentes. Por una parte, significa una determinada postura pedagógica, una actitud frente a los fines, objetivos y métodos educativos. Desde otra perspectiva, histórica, suele entenderse por r. pedagógico la doctrina y la práctica de un grupo de pedagogos de la Edad Moderna. El realismo como actitud pedagógica. Los buenos educadores tienden de modo natural a plantear la educación en términos realistas. Esta tendencia se manifiesta de muchas maneras: dan especial importancia a los conocimientos que guardan mayor relación con la vida; tienen siempre presente las concretas disposiciones del educando y las circunstancias socio-ambientales en que se desarrolla su vida actual; cuentan con el gran poder educativo que las cosas poseen en sí mismas, presentándolas directamente al alumno y ayudando a éste para que saque las debidas conclusiones a través de la observación y el estudio; saben conceder una justa importancia a las dificultades que encuentran en su labor, sin dejarse arrastrar ni por el pesimismo ni por un optimismo infundado; procuran, siempre que es posible, la actividad del educando; etc. Se trata de un r. natural o espontáneo, presente en mayor o menor grado en todos aquellos que poseen una verdadera vocación pedagógica. Sin embargo, al r. pedagógico se accede también mediante una detenida investigación filosófica. El conocimiento profundo del hombre, de su realidad espiritual y material, y el convencimiento de que las cosas poseen igualmente una existencia real, independiente de nuestro conocimiento, hacen nacer en el campo pedagógico una postura realista de carácter crítico. Las cosas, en la medida en que existen, actúan y, en la medida en que actúan, nos muestran lo que son, nos enseñan. Si el hombre quiere llegar a su conocimiento o a su adecuada utilización, debe observarlas atentamente, estudiar su específico modo de ser y de actuar. Pero con frecuencia, al hablar de r. pedagógico, se entiende éste como una actitud de oposición al culturalismo, a una educación concebida como pura transmisión cultural de carácter predominantemente verbalista. Tal actitud de oposición tiende a veces a refugiarse en un r. empírico, que insiste en la gran importancia educativa de las cosas materiales. Sin embargo, cuando prevalece una excesiva insistencia en este punto, cuando se ve sólo en la realidad material la gran maestra de la vida, se llega igualmente a distorsionar la realidad y a concebir la educación fuera de los límites del verdadero r. El espíritu es plenamente real; de hecho, es esta realidad suya la que hace posible y fructífera la educación. Por eso, si el culturalismo verbalista se opone al r. pedagógico, no menos se oponen a él el naturalismo y el materialismo (V. MATERIALISMO III). Una neta actitud realista, reflexiva y bien orientada, es de todo punto necesaria al educador. Incluye, ante todo, la toma de conciencia, siempre actualizada, del fin que la educación se propone (v. EDUCACIÓN): el perfeccionamiento integral del hombre, tanto en el ejercicio de sus facultades espirituales como en el dominio y la recta utilización de las cosas materiales, colaborando así, con mentalidad de servicio, al progreso de toda la Humanidad. El educador realista se siente llamado a impartir una auténtica educación para la vida, atendiendo todas las facetas (religiosa, profesional, social, etc.) necesarias al educando. Desde el punto de vista metodológico, la actitud realista tiende a sustituir, cuando es posible, las nociones abstractas y los esquemas conceptuales por una confrontación activa de las diversas realidades (físicas, morales, espirituales); siguiendo el orden del conocimiento humano, que parte siempre de las cosas sensibles. Si se trata de un aprendizaje dirigido a la utilización de cosas o instrumentos, el educador realista sabe que a tal aprendizaje se llega principalmente mediante la utilización misma, progresiva y orientada. Para el conocimiento de los fenómenos naturales, prefiere que el alumno observe directamente la Naturaleza. Las virtudes se adquieren mediante el ejercicio actualizado de las mismas; por eso se preocupa de que el educando esté inserto activa y positivamente en los diversos ambientes en que vive y trabaja (familia, escuela, asociaciones), y evita cualquier situación que pueda provocar posturas pasivas o meramente receptivas. Por otra parte, procura que la labor de padres (v.) y maestros (v.) esté debidamente unificada con vistas a la consecución de los objetivos fundamentales, y cuenta siempre con el poderoso influjo formativo o deformativo del medio ambiental. De modo principalísimo, se empeña en hacer fructificar las concretas disposiciones del educando, sabiendo que éste es el primer artífice de su propia educación. Y hace compatible una paulatina especialización profesional (científica, técnica o artística), siempre necesaria, con la asimilación de otros conocimientos y formas de comportamiento, no menos necesarios para la vida. El «realismo pedagógico» en la Historia de la Educación. En los tratados de Historia de la Educación, se emplea de ordinario la expresión «realismo pedagógico» para designar una determinada corriente de pensamiento y de acción que se inició en el Renacimiento tardío y que tuvo sus mejores representantes en pedagogos de los s. XVI y XVII. Surge al principio como un movimiento de reacción contra el verbalismo y el pedantismo de una educación humanista ya decadente, y encontró su mejor apoyo en la expansión del método experimental aplicado a las ciencias.

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